domingo, 30 de marzo de 2014

Cardiopatía

“Tengo una palabra ahogada, un suspiro estancado en este amanecer, una oración impronunciable y un corazón muriendo de fe. Tengo un atardecer eclipsado, una luna menguante, un calendario congelado, una noche que no rie y un verso que no existe…”

Es la misma noche, el mismo insomnio, el mismo pensamiento recurrente que me roba el sueño. He terminado un día más en este universo de extraños luego de haber consumido el último cigarrillo del paquete que guardaba para una ocasión especial.

Este dolor en mi pecho se ha vuelto más intenso,  a veces me falta el aire y siento mareos, el doctor ha dicho que debo hacerme un electrocardiograma para descartar cualquier falla del corazón pero ¿Podrá un examen mostrar lo que siento? ¿Podrá una grafica demostrar mi sentir? ¿Le podrá decir a las personas que extraño cuanta falta me hacen? ¿O decirle a las que amo que tengo miedo de encontrarme otra vez frente a la muerte? Entonces, en un momento de reflexión recurro al viejo método de catarsis, aquel que he abandonado por cobarde.

Cuatro años de mi vida se han ido a la velocidad de la luz y sigo pensando que esto parece no tener sentido. Esta sensación de no saber qué hacer ni a donde ir se ha vuelto a apoderar de mi. Creo que estoy articulando palabras que no dicen nada y pensamientos que solo me llevan al lugar donde empecé. Quizás esta sea la última vez que pueda sentarme a escribir sobre un sentir ilógico, pero sé que alguien me leerá y se dará cuenta que vivir y sobrevivir no es lo mismo. En mi caso, si es que existe una perspectiva personal, mis cuentas no están claras. De nuevo me siento en combate frente a la muerte y si esta vez es peor, no sé cuánto tiempo quede para jugar a ver en las estrellas mi camino. Que si estoy deprimida? No.  Pero tengo la sensación de vacío que tantas veces ya experimente. He cambiado de hábitos, no porque me gusten los cambios, es porque a veces necesito recordarme a mi misma que hay cosas que no se esperan y de pronto llegan a robarnos la tranquilidad. No estoy hablando en sentido figurado, esto no es un verso de aquellos que solía escribir hace unos cuantos años. Ahora me pregunto en qué momento deje de ser yo, bajo que cielo mi poeta murió, bajo que cadenas mis sueños se estancaron.

Se que esto es producto de mi molestia, quizás no merece la pena estar aquí e intentar tener la vida perfecta que siempre quise. No se trata de agarrar una tarjeta y salir de compras firmando los vouchers de mi rutina. Y es en ese preciso momento cuando me pregunto si valió la pena haber apostado todo y haber perdido. No voy a San Vicente porque no me gusta recordar cuanto pesan los momentos. No me gusta estar sola porque las voces en mi cabeza me gritan que la regue, lastime a muchas personas que de verdad quería, me aleje de mucha gente cuando mas me necesitaban y rompi promesas que en algún momento hice sin pensar en los cambios que a veces llegan a hacer de nuestro mundo un completo remolino.

Quiero, con estas palabras, describir el momento colosal de esta absurda apatía. Cierro la puerta de mi sobriedad y espero lo que venga con la serenidad de quien escribe su propia historia lejos de los suyos. Voy a tatuarme este momento en la memoria porque solo ahí vive lo verdaderamente esencial. Seguiré amando a la nada, escribiendo versos en el pasado porque ya no tengo ni la fuerza ni las ganas de seguir luchando por una causa perdida.


No voy a ponerle nombre a un sueño, ni a un verso, ni a los latidos de mi corazón… 

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