No había tenido el tiempo (y quizás tampoco las ganas) para escribir un poco sobre el cuarto control. Llegué al hospital, cansada, harta, con la firme intención de desistir. En el consultorio, la doctora muy amable como siempre, clava sus grandes ojos café sobre mi y pregunta: "Cómo se ha sentido?"
Creo que en ese momento sentí que me hacían la pregunta más tonta de mi vida. Mi cara de apatía ante semejante sandez no pudo pasar desapercibida.
Hay cierto tipo de preguntas que me molesta "Vas a comer? Está helada el agua con la que te bañaste? Tenes calor?" Entre otras. Las considero preguntas innecesarias, que en la medida de lo posible podrían evitarse y de paso me ahorrarían una gran molestia.
La cosa es que después de las preguntas de rutina, empieza el chequeo general. Que esto, que lo otro... en fin, el resultado no fue tan enriquecedor pero por lo menos supe que poco a poco mi cuerpo está respondiendo al proceso. La desintoxicación no es fácil, trae demasiados efectos psicológicos y emocionales.
Salí del hospital con unas grandes ganas de fumar, creo que las calles se volvían más anchas con cada uno de mis pasos. Recordaba una y mil veces las palabras de la doctora y repasaba en mi mente el número de calorías para las siguientes semanas.
Tengo quince días, quince nuevas oportunidades. El 17 de diciembre se definen tantas cosas. Me siento ansiosa, estresada, irritada. Lo bueno es que entre tanto pensamiento, aún escucho mi canción favorita.
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